Hoy quiero hablarte de un secreto a voces, de eso que nadie parece notar a tu alrededor aún cuando tú lo sientes más intensamente que nunca: el lado oscuro de la maternidad.
Y no, no me refiero a los trasnochos, el dolor de parto ni las tetas a punto de explotar de leche. Aquí encontrarás solo mi verdad, que es mía y de nadie más, pero que de algún modo muchas compartimos.
Soy mamá desde hace más de la mitad de mi vida. Cada vez se hace más lejano y borroso para mí el tiempo en que no fui mamá. Mi hija mayor llegó a mi vida para acompañarme, yo tenía 18 años cuando ella nació. Su inesperada llegada fue recibida con más miedo que dicha. Yo estaba cayéndome a golpes con la efervescencia hormonal de mi adolescencia, sumado a lo que supone crecer en un hogar en el que poco o nada hablábamos de lo que sentíamos ni de la ausencia repentina y radical de mi papá, que desapareció por voluntad propia a mis 10 años.
¿Cómo se supone que iba a sostener una vida si no era capaz de contener mis propias emociones y no había nadie emocionalmente disponible para mí?
Primer descubrimiento de oscuridad:
El miedo… ¿puedo con esto?
Hoy sé que ese miedo invade a cualquier madre –no solo a las mamás adolescentes– y no es para menos, ¡han confiado una vida en tus manos! El asunto es que al menos en mi caso, a mis 18 años, no tenía consciencia de todo lo que hoy estoy diciéndote, solo lo sentía, y por supuesto, no todo lo entendía, pero ahí estaba, descendiendo a la oscuridad con pasos acelerados.
Zhandra Valentina la llamé. Lo elegí al leer en un diccionario de nombres su significado:
Zhandra = La que triunfa sobre el mal
Valentina = Valiente
¡Y vaya que ha sido valiente! al llegar a una madre inexperta y con el tanque vacío de paciencia. Su nacimiento fue el inicio del viaje hacia un oscuro lugar: mi interior. No porque yo sea una persona siniestra y mucho menos porque no la ame, sino porque cuando vas adentro, al principio todo es confuso, sobre todo cuando no te han enseñado que el mundo no es solo lo que ves afuera, sino que todo lo que tú percibes empieza en ti.
Verla crecer fue cavar profundo en mis propias inseguridades y carencias, y encontrarme ahí conmigo misma, desnuda, herida y frágil, mientras ella emanaba su superpoder de transformarme.
Pero como te dije, yo de nada de esto estaba consciente, al menos hasta que nació Paula Melina, mi segunda cría. Con lo romántica que soy, no era para menos que Paula Melina también tenga un significado precioso por el cual fue elegido para llamar a mi hija:
Paula = Pequeña
Melina = Alegre
Desde el día uno que me supe embarazada por segunda vez, la vida me puso unos lentes distintos y comencé a ver a Zhandra Valentina con la consciencia de la que durante sus primeros quince años de vida fui incapaz. Había pasado demasiado tiempo en el que yo estuve viviendo en automático, y justo ahí ocurrió mi segundo descubrimiento de oscuridad:
La culpa… ¿cómo no me di cuenta?
Y el viaje adentro de mí comenzó a ir en picada super acelerado. Más adentro, más oscuro. ¿Cómo fui capaz de vivir su infancia entre mis propios demonios? Ese es el drama de una mamá primeriza cuando esa frase cliché cobra sentido: “El tiempo pasa volando”. Y la culpa es un pájaro carpintero que taladra tu mente llenándote de arrepentimiento por todo lo que no hiciste y por algunas decisiones que tomaste, que hoy serían diferentes.
El asunto es que la que soy hoy no es la que fui mientras criaba a mi hija mayor. ¿Cómo habría podido tomar otras decisiones si mi realidad era distinta? Quisiera tener una máquina del tiempo y volver a esos momentos pero con esta consciencia para revertir todo el daño que pude haber dejado en el camino.
Y ahí viene mi descubrimiento más oscuro, el tercero:
La sobrevivencia… veo a una niña desnuda, herida y frágil tratando de sobrevivir.
Ella está allí viviendo en automático a sus 18 años, conviviendo con la ausencia física de su padre y la ausencia emocional de su madre –quien seguramente también estaba haciendo un viaje a su lado más oscuro– y solo cuando la miro desde afuera y la observo como una persona distinta a mí, es que logro ser compasiva.
Ella es mi niña interna. La que vivió abandono, carencias, silencios, abusos. Yo la encuentro en ese lugar oscuro adentro de mí y la abrazo. Le muestro el álbum de fotos de mis recuerdos para decirle que también vivió alegrías, amor y amistad. La invito a comer conmigo y le doy un baño, lavándole el miedo, la culpa y la desesperación por sobrevivir. Le digo a mi niña interna que hoy estoy aquí, en plena consciencia y que todo está bien. Le aseguro que ella no podía haber hecho nada distinto ni pudo haber tomado otras decisiones porque hizo lo mejor que pudo con lo que sabía y con quien era en ese momento.
El lado más oscuro de mi maternidad lo encuentro en ese viaje a mi interior donde me descubro, y en el que tengo la oportunidad de ser mi propia madre.
Gracias a Zhandra Valentina fui armando el rompecabezas de cómo quería vivir mi segunda maternidad. Ella sin saberlo ha sido la diseñadora de esta mamá que hoy materna a sus dos hijas, y en el camino se materna a sí misma.
Mi mamá parió tres hijos. El segundo, ocho años después del primero. La última soy yo, cinco años después de mi hermano del medio. Siempre critiqué su decisión de tener niños con tanta separación de edad, porque yo soñaba con tener hijos que se llevaran como mucho tres años de diferencia. Sentía que lo contrario era “volver a criar”, pero como ser mamá me pone los lentes de la compasión y el respeto, hoy entiendo que mi mamá tomó sus propias decisiones según la mujer que era y lo que estaba viviendo en ese momento. Paradójicamente, fui más lejos que ella, mis hijas se llevan quince años de diferencia, ¡eso sí que es volver a criar!
También me enfoqué durante mucho tiempo en “lo que no haría igual que mi mamá”, porque claro, tenía puestos los lentes de la carencia y para mí era más sencillo notar lo que no me gustaba.
Al convertirme en madre entendí que también honro a mi mamá, sus decisiones y su experiencia cuando elijo hacerlo distinto.
Ahora puedo más que respetar, ¡quitarme el sombrero! ante el portento de mujer que entiendo que es mi mamá. Ella surfeó tantas olas emocionales que aunque la empaparon, jamás le tumbaron los lentes de la compasión y el amor.
Hace poco descubrí, gracias a mi gran amiga numeróloga Yasmari Bello, que mi misión de vida es 7, es decir, vine a desarrollar mi lado espiritual. Y como solo somos capaces de unir puntos cuando miramos hacia atrás, hoy entiendo que ser mamá siempre formó parte de mi plan, porque ¿qué mejor escuela espiritual que tus hijos?
En fin, en el lado oscuro de la maternidad me encontré a mí misma, me cargué en brazos y pude comenzar a ver la luz, con estos nuevos lentes de consciencia, compasión, agradecimiento y amor incondicional hacia la niña que fui, hacia todas las mujeres que he sido y que soy.
Te dejo abrazos anaranjados y una canción de cuna para que maternes a la niña que fuiste y honres a la mujer que eres,